How a Father Challenged His Children's Nazi German Education
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Even If All Others Do—I Do Not! (en español)

Reflect on the true story of a father who dared to challenge the education his children received in Nazi Germany. This resource is in Spanish.
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Spanish
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Asunto

  • History
  • The Holocaust

Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!

Solo unos pocos padres se atrevieron a cuestionar la educación que recibían sus hijos. Entre ellos estaba Johannes Fest. A finales de 1936, llamó a sus hijos Joachim y Wolfgang a su estudio. Joachim, que entonces tenía diez años, lo recordó más tarde:

Quería hablarnos de un tema, empezó diciendo, que le traía de cabeza desde hacía algunos meses. Había sido provocado por una o dos diferencias de opinión con nuestra madre, que estaba terriblemente preocupada y ya casi no podía dormir. . . . Sabía cuáles eran sus responsabilidades. Pero también tenía principios, que no iba a permitir que nadie pusiera en tela de juicio. Y mucho menos la “banda de criminales” en el poder.

Repitió las palabras “banda de criminales”, y si hubiéramos sido un poco mayores sin duda nos habríamos dado cuenta de lo desgarrado que estaba. Había discutido lo que iba a decir con mi madre y con cierto esfuerzo habían llegado a un acuerdo. A partir de ahora habría una doble cena: una temprana para los tres niños más pequeños y otra en cuanto los pequeños estuvieran en la cama. Nosotros pertenecíamos a la sesión más tardía. La razón de esta división era muy simple: tenía que tener un lugar en el mundo donde poder hablar abiertamente y desahogarse. De lo contrario, la vida no valdría nada. Al menos no para él. Con los pequeños tendría que mantenerse a raya, como hacía desde hacía dos años cada vez que entraba en una tienda, delante del empleado de mostrador más humilde, y —por fuerza de ley— cada vez que recogía a sus hijos de la escuela. Era incapaz de hacerlo, dijo, y concluyó con las palabras, más o menos: “Un Estado que convierte todo en mentira no cruzará también nuestro umbral. No me someteré a la mendacidad [mentiras] reinante, al menos dentro del círculo familiar”. Eso, por supuesto, sonó un poco grandilocuente, dijo. Así las cosas, solo quería mantener a raya la hipocresía impuesta.

Respiró hondo, como si se hubiera quitado un peso de encima, y caminó de un lado a otro entre la ventana y la mesa de fumar unas cuantas veces. Al hacer esto, comenzó de nuevo, nos estaba convirtiendo en adultos, por así decirlo. Con ello venía el deber de ser extremadamente precavidos. Los labios apretados eran el símbolo de este estado: “¡Recuérdenlo siempre!” Nada de lo político que discutíamos era para que lo oyeran los demás. Cualquiera con quien intercambiáramos unas palabras podía ser un nazi, un traidor o simplemente un desconsiderado. En una dictadura, la desconfianza no solo era un mandamiento, sino una virtud.

Y era igual de importante, continuó, no sufrir nunca el aislamiento que inevitablemente acompañaba a la oposición a la opinión de la calle. Para ello nos daba una máxima en latín que nunca debíamos olvidar; lo mejor era escribirla, marcarla luego en la memoria y tirar la nota. . . . Puso un trozo de papel delante de cada uno de nosotros y nos lo dictó: Etiam si omnes—ego non! [Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!] “Es del Evangelio según San Mateo”, nos explicó, “la escena del Monte de los Olivos”. Se rio cuando vio lo que había en mi trozo de papel. Si no recuerdo mal, había escrito algo así como Essi omniss, ergo no. Mi padre me acarició la cabeza y me dijo, consolador: “¡No te preocupes! Hay tiempo suficiente para que lo aprendas”. Mi hermano, que ya estaba en el Gymnasium [escuela secundaria], había escrito la frase correctamente.

Así, más o menos, fue como transcurrió la hora en el estudio. . . . Cuando volvimos a nuestra habitación, Wolfgang repitió, con toda la superioridad de un hermano mayor, que ya éramos adultos. Esperaba que yo supiera lo que eso significaba. Asentí solemnemente, aunque no tenía ni idea. Luego añadió que todos juntos formábamos ahora un grupo de conspiradores. Empujó con orgullo contra mi pecho: “¡Nosotros contra el mundo!” Asentí una vez más sin tener la menor idea de lo que significaba estar contra el mundo. Simplemente me sentía favorecido de algún modo indefinible por mi padre, con quien en el pasado reciente me había enzarzado cada vez más en discusiones a causa de alguna que otra desfachatez. La forma en que a veces me reconocía a partir de entonces con una inclinación de cabeza pasajera, también la interpreté como aprobación. Aquella noche, tras el paternal “Buenas noches”, mi madre entró de nuevo en nuestra habitación, se sentó unos minutos en la cama de Wolfgang y, más tarde, en la mía. “Solo digo cosas alegres... o prefiero no decir nada”, había declarado una vez. . . . Ahora se atenía a eso. Pero parecía deprimida.

Fue una aventura, como a menudo, en las semanas que siguieron, me persuadí felizmente antes de dormirme. ¿Quién había tenido la oportunidad de emprender semejante empresa con su padre? Estaba decidido a no decepcionarlo. . . .

Solo cuando fui mayor comprendí el horror de la situación, en la que la vigilancia constante se exigía como una especie de ley tanto para los padres como para los hijos, la desconfianza era una norma de supervivencia y el aislamiento una necesidad, donde la mera torpeza de un niño podía conducirle literalmente a la muerte y a la ruina. Quince años más tarde, cuando le pregunté a mi padre por el lado oscuro de su charla vespertina, su expresión volvió a revelar de inmediato lo preocupado que había estado entonces. Se recompuso y respondió que en aquel momento había sido muy consciente del riesgo al que se exponía a sí mismo y a su familia. Quizás había ido demasiado lejos. Pero había esperado en Dios que todo saliera bien. Y, efectivamente, la apuesta le había salido bien. En cualquier caso, ni nosotros ni Winfried [un hermano menor], a quien se le había permitido unirse más tarde a la segunda sesión de la cena, le habíamos causado ninguna vergüenza. Y, tal como él había deseado, ninguno de nosotros había olvidado nunca la máxima que, recordaba, nos había legado. En efecto, la bella máxima latina “Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!” pertenecía a toda vida verdaderamente libre. 1

Preguntas de contexto

  1. ¿Cuál era el dilema de Johannes Fest? ¿Por qué insistió en tener una “doble cena”?
  2. ¿Por qué la charla con su padre tuvo tanto impacto en Joachim? ¿Cómo lo entendió en el momento en que ocurrió y qué llegó a comprender muchos años después? ¿Qué les enseñó Johannes Fest a sus hijos?
  3. ¿Las decisiones de Johannes Fest fueron valientes? ¿Podrían considerarse resistencia? ¿Por qué sí? O ¿por qué no?
  4. ¿Qué significa para usted la frase “Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!”? ¿Cuándo podría ayudarle esa cita a explicar una decisión que haya tomado en su propia vida?
  • 1Joachim Fest, Not I: Memoirs of a German Childhood, traducido al inglés por Martin Chalmers (Nueva York: Other Press, 2012), 71–75. Reimpreso con autorización de Other Press, LLC., y Atlantic Books, Reino Unido.

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— Gabriela Calderon-Espinal, Bay Shore, NY