The Birthday Party (en español) | Facing History & Ourselves
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The Birthday Party (en español)

Gain insight into the pressures that compelled young people and their families to support Nazi youth organizations with this story about a member of the Hitler Youth. This resource is in Spanish.
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This resource is intended for educators in the United States who are applying Spanish-language resources in the classroom.

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Language

Spanish
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Asunto

  • History
  • The Holocaust

La fiesta de cumpleaños


En 1938, la escritora Erika Mann publicó un libro llamado School for Barbarians: Education Under the Nazis. Hija del novelista Thomas Mann, ganador del Premio Nobel, había emigrado de Alemania a Estados Unidos en 1937. Su libro fue escrito como una denuncia de los esfuerzos de los nazis por formar a los jóvenes. Aquí cuenta lo que ocurrió cuando los padres de un niño de 12 años celebraron su cumpleaños.

Le hicieron una fiesta de cumpleaños, con regalos ordinarios, normales, “civiles”: una caja de pinturas, un rompecabezas de dibujos, una reluciente bicicleta nueva... y encendieron doce velas en su torta de cumpleaños. ¡Cómo esperaban esa fiesta! Y se desarrolló como una conferencia política. Habían invitado a seis chicos, y cinco de ellos llegaron justo a tiempo.

“¿Quién falta?”, preguntó la madre.

“¿No lo ves?”, dijo el chico, “¡ÉL falta: Fritzekarl!”.

“¡Qué pena!”, respondió ella. Que fuera solo Fritzekarl. Dos años mayor que su hijo, era el líder en el Jungvolk, y su presencia en la fiesta era de gran importancia. Si no aparecía, era señal de desfavor; todo se echaría a perder.

Los chicos, con sus uniformes de las Juventudes Hitlerianas, se colocaron alrededor de la mesa del cumpleaños, sin saber muy bien qué hacer con los juguetes. La bicicleta les gustaba a todos, con su timbre (que hacían sonar por turnos) y sus neumáticos de goma, tan difíciles de conseguir hoy en día, y que el padre había podido obtener finalmente después de utilizar todos sus contactos en el Partido, pagar un alto precio en efectivo y hacer hincapié en el hecho de que se trataba de una rueda para un niño, un niño Jungvolk, ¡y no para una niña que nunca iría a la guerra! Ahora estaba allí, completa con instrucciones y un ejemplar del Ciclista Alemán, que decía: “Los chicos en bicicleta deben intentar recordar los nombres de las ciudades, ríos, montañas y lagos, así como el material y el tipo de arquitectura de los puentes, etc. Podrán hacer uso de estos conocimientos para el bien de la patria”.

Sonó el timbre y el hijo corrió hacia la puerta principal. Una voz aguda entró gritando “¡Heil Hitler!” y los cinco chicos de la mesa se giraron sobre sus talones cuando la respuesta llegó con voz ya quebrada: “¡Heil Hitler!”. Su oficial superior fue recibido con el “saludo alemán”, cinco manos en alto, gran compostura, rostros solemnes. Solemnemente, Fritzekarl entregó al anfitrión su regalo de cumpleaños: una fotografía enmarcada del Líder de las Juventudes del Reich, Baldur von Schirach, con un autógrafo facsímil. El hijo hizo sonar los talones al recibirlo.

“Deseo hablar con tu padre”, dijo Fritzekarl secamente.

La madre contestó con su voz amable: “Mi esposo no está libre en este momento, está arriba trabajando”.

Fritzekarl intentó mantener la nota de mando militar en su chillona y joven voz. “De todos modos, señora, preferiría hablar con su esposo un momento . . . en interés de su hijo”.

Sus modales eran correctos, a pesar de su tono. Se inclinó ligeramente ante la madre al terminar su pequeño y magistral discurso.

“¡Catorce años!”, pensó ella, “pero el mecanismo del poder le respalda y él lo sabe”.

El hijo se ruborizaba violentamente. “¡Por el amor de Dios, llámalo!”, dijo, dando un paso hacia su madre.

El padre bajó enseguida.

“¡Heil Hitler!”, gritó Fritzekarl.

“¡Heil Hitler!”, repitió el hombre. “¿Qué puedo hacer por usted, teniente?”

“Perdóneme”, dice Fritzekarl, que no entiende la broma y conserva su mirada marcial, “pero su hijo se ausentó de nuestros últimos ejercicios de práctica. . . .”

“Sí, lo sé”, interrumpe el padre en este punto, “estaba resfriado”.

“Fue por sugerencia suya que se ausentó”, continúa Fritzekarl, su voz se quiebra y se vuelve ronca con la frase. “Me escribió una especie de excusa, para decirme que se quedaba en casa por deseo suyo”.

El padre puso su peso primero sobre un pie y luego sobre el otro. “De hecho, es mi deseo que se quede en casa cuando tiene un resfriado tan fuerte”.

“Oh, no he tenido un resfriado tan fuerte”, interviene el hijo. Está apoyado en el manillar de la bicicleta por la que su padre tuvo que luchar. “Podría haber ido, perfectamente”.

El hombre mira a su hijo, una larga mirada de sorpresa y dolor y la resignación que ha aprendido. “Bien”, dice, y se mueve hacia la puerta.

Pero Fritzekarl le detiene. “Un momento, por favor”, insiste, pero educadamente. “Su hijo estuvo en la escuela ese día y al día siguiente. Así que no puede haber estado realmente enfermo. Permítame llamar su atención sobre el hecho de que debería haber estado presente en el entrenamiento y que es mi deber informar de la ausencia”.

“Oh, por favor—” el chico hablaba por su padre, rápidamente, negociando, “no hagas eso, ¿por favor? No volverá a ocurrir, ¿verdad, padre? —de verdad, ¡nunca más!”.

El padre quiso protestar; sintió la mirada desesperada de su mujer, la indignación y la vergüenza de la escena. “¡Cómo te atreves a hablarme así!” era lo que se repetía en su mente. Pero conocía las consecuencias de una discusión así, para él y para su hijo. Incluso si podía convencer a las autoridades nazis de su parte, y de la grosería de Fritzekarl, su hijo aún tendría que enfrentarse al Jungvolk, pagando por el momento de “valentía” de su padre. Así que solo dijo, vacilante y rígido: “¡No, desde luego, no volverá a ocurrir!”.

“Se lo agradezco”, respondió el superior de catorce años del hijo traidor. El padre fue despedido.

No puede airear su resentimiento; tiene que suponer que hay fisgones y espías por todas partes. Su esposa se lo cuenta todo a su hijo, no por maldad, sino con la esperanza equivocada de recuperarlo de esta manera. Y la nueva criada es una persona a la que hay que temer. Escucha en las puertas, lee todo lo que hay por la casa, y resulta que tiene una aventura con un Blockwart [guarda de la cuadra]; podría destruir una familia él solo. El chico difícilmente denunciaría a su propio padre, reflexiona el hombre, pero si le repite algún comentario a la criada, esta correrá a ver a su Blockwart, la Gestapo (policía secreta del Estado) lo tendrá enseguida, y la perdición empezará a moverse sobre ellos. O, si deciden despedir a la criada, su venganza pendiendo sobre sus cabezas puede ser incluso peor. 1

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  • 1Erika Mann, School for Barbarians: Education Under the Nazis (Mineola, Nueva York: Dover Publications, 2014), 32–35. Reimpreso con autorización de Dover Publications.

Colored painting of trees.

Preguntas de contexto

  1. Qué aporta esta lectura a su reflexión sobre por qué los jóvenes podían sentirse entusiasmados por pertenecer al Jungvolk, las Juventudes Hitlerianas u otras organizaciones juveniles nazis?
  2. Después de leer esta historia, un chico dijo: “Esto es como el mundo al revés: los niños tienen el poder”. ¿Está usted de acuerdo? ¿Los niños tenían realmente el poder? Si es así, ¿cuál era la fuente de su poder?
  3. La madre del niño esperaba “recuperar” a su hijo. ¿Cómo se perdió? El padre quería protestar pero temía las consecuencias. ¿Cuáles podrían haber sido esas consecuencias?
    ¿A qué se refería cuando pensaba que su hijo tendría que pagar por la “valentía” del padre?
  4. ¿Por qué el hijo contradice a su padre e insiste en que podría haber ido a la reunión del Jungvolk? ¿Qué papel desempeña el contexto histórico particular en su elección? ¿Qué papel desempeñan la presión de grupo y el deseo de encajar?

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— Gabriela Calderon-Espinal, Bay Shore, NY