As You Were (en español) | Facing History & Ourselves
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As You Were (en español)

In Spanish, Bethany Morrow's short story, "As You Were," tells the tale of a harrowing night for one young marching band member.
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This resource is intended for educators in the United States who are applying Spanish-language resources in the classroom.

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Spanish
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English — US

Asunto

  • English & Language Arts
  • Culture & Identity

Note: The original version of “As You Were” is not divided into two parts. We have designed the reading to be taught over the course of two class periods, with students focusing on the first half of the story in the first lesson and then the story as a whole in the second lesson.

Parte 1 1

Me encanta estar bajo los reflectores. A todos nos encanta. Estar en el campo, en medio del brillo intenso que destaca nítidamente contra la noche oscura de otoño, hace que nos sintamos electrizados. Incluso nos gusta el frío, que haya un aire pungente que mantenga lejos a otras personas.

La práctica de fútbol americano acabó horas antes de que llegáramos, el estadio es nuestro. El mundo entero lo es, y nosotros lo somos.

La misma brisa que rapta un mechón de cabello de mi moño alto y desprolijo, lo revuelve inmediatamente alrededor de mi rostro.

No reacciono. No admito que prácticamente soy abofeteada por un mechón de cabello tan helado que parece estar formado de un material más afilado. Solo marco el paso.

Jessie levanta sus manos para realzar su voz y sé que la siguiente ronda de órdenes se acerca.

“¡Al flanco derecho! ¡Al flanco izquierdo! ¡Al flanco derecho! ¡Al flanco izquierdo! ¡Doble hacia atrás!”

Pero no dice la palabra mágica, y los miembros rechazados que escucho salir detrás de mí son recibidos con gritos y abucheos. Serán el hazmerreír durante los próximos segundos, justo hasta que lleguen a las gradas y se unan a los otros miembros descalificados de la banda. Los reproches no perduran. Los simulacros son la forma como nos relajamos.

“Como si lo fueras”, grita Jessie, y dejo mi mente en blanco, alternando entre mi antepié derecho y mi antepié izquierdo mientras marco el paso y espero.

Los descalificados dentro de la sección de percusión están marcando el ritmo con un metrónomo, pero de tanto en tanto un redoblante añade un ridículo conjunto de florituras diseñadas para animar a todos los que están a los costados, y tal vez desorientar a algunos de nosotros, los competidores, del juego. Solo competimos entre nosotros en este lugar sagrado, solos bajo los reflectores, cuando nos retamos los unos a los otros para ser mejores. Porque, a fin de cuentas, en el próximo torneo en el campo o el próximo desfile, el esfuerzo por ser mejores será evidente. Lo que realmente importa es que ganaremos, o no, como uno solo.

Por esa razón no sonrío, incluso cuando Jessie acompaña la línea de percusión exclamando partes de su rutina de bastonera mayor. Aun cuando quiero gritar y vitorear con los demás porque ella fue la primera en nuestra división el fin de semana pasado, y es una fiera con ese bastón. 

No hay una revisión que aprobar durante un simulacro, pero cuando estoy inmersa, estoy realmente inmersa. Mis compañeros de banda merecen eso. Así que mantengo la mirada al frente, los brazos ligeramente doblados, las palmas contra mis caderas, los dedos anulares en las costuras de mis jeans. De la cintura hacia arriba, apenas se nota que mis pies se están moviendo. 

Jessie levanta su bastón y al parloteo disminuye. 

Aquí vamos.

“¡Hacia atrás, hacia atrás, al flanco derecho!” Doble hacia atrás, al flanco der..., “¡Al flanco izquierdo! ¡Marcha alta!” Esta vez no nos hace esperar. “¡Atención!”

Paso, giro, paso, giro, paso, vuelta, paso, vuelta, y esta es la parte que ella va a prolongar. Ahora marcamos el paso de nuevo, solo que esta vez levantamos nuestros talones del suelo; debemos levantar cada pie a la altura de las rodillas, y llevar el paso. Lo cual, después de tres años de marchar en la banda, no es un problema. A menos que por alguna razón tuviera que hacerlo por dos minutos completos, después de practicar la presentación en el campo durante una noche más larga de lo normal.

Jessie no menciona lo demás, así que continuamos. Algunas personas no están prestando atención porque Jessie da una estocada al aire en su dirección y ellos rompen la fila.

Odio la marcha alta. Nunca es una orden breve. Y no es que sea difícil, es solo que parece que duplica la intensidad muy rápidamente.

Casi pierdo el equilibrio, y como si me ayudara, da la orden de parar. 

“¡Alineación al centro!”

Brazos arriba, una mano cerrada en forma de puño como si estuviéramos sosteniendo nuestros instrumentos en posición firme. Movemos nuestras cabezas hacia un lado, dependiendo de dónde estemos con respecto a la línea de la yarda cincuenta. Y así es como nos damos cuenta de que solo quedamos dos personas.

Estamos frente a frente.

Definitivamente, Jessie hizo esto a propósito. La parte que podía hacer, de todas maneras. Soy una estrella marchando, pero habría quedado eliminada si ella no hubiera dado la orden de parar, y este pequeño enfrentamiento cara a cara no habría sido posible. 

“Solo quedan Ebony y Josiah, el orgullo de los instrumentos de metal; trombón contra trompeta; el enfrentamiento final”.

Nuestros compañeros silban y abuchean porque no hay secretos en la banda de marcha, y saben que Josiah y yo nos hemos acechado mutuamente desde el campamento de la banda en el verano. Inmediatamente, siento el calor, a pesar de la noche, el viento, o de no estar usando chaqueta o guantes. Pero seguimos en la alineación, y no puedo dejar de ver, tampoco es que quiera mirar hacia otro lado. Simplemente no quiero ser el centro de atención mientras el adorable y maltratado rostro de Josiah me clava su mirada.

Espabílate, Ebbie.

“¡Aten-CIÓN!”

Sacudimos nuestra cabeza hacia el frente, y al mismo tiempo bajamos nuestras manos de vuelta a los costados, con nuestras barbillas ligeramente hacia arriba.

Voy a ganar.

Por mis chicas. Por mi sección. Por mi orgullo. Voy a vencerlo y luego voy a invitarlo a la Bienvenida.

Jessi toca su barbilla suavemente, tan suave que prácticamente no se nota. Eso no es truco. No tengo idea de qué va a decir. Solo significa que me está apoyando. Ella ama a su hermano menor, pero estaba en mi sección antes de ser promovida el año anterior, y solo digamos que eso supera los lazos de sangre. O sea, hasta tenemos las mismas camisetas, por el amor de Dios.

Los trombonistas lo hacen en siete posiciones. 

Y que no se les olvide.

“¡Marquen el paso!”

La sección de percusión arranca de nuevo. 

“Hacia atrás. ¡Marchen!”

A medida que Josiah y yo nos devolvemos a la parte posterior del campo, con nuestros ojos y cuerpos apuntando hacia la compañía, la sección de trompetas nos sorprende a todos. La canción de batalla de nuestra escuela retumba en el aire libre de la noche, y el resto de la banda rechina y se apresura a empuñar sus instrumentos.

“¡Deslícense a la derecha!”, grita Jessie por el megáfono. “¡Marchen!”

Con el torso hacia el frente, giro la parte inferior de mi cuerpo y marcho hacia los arcos principales que no puedo ver.

Es el turno de mis trombones, y en el primer intento suenan terrible. El latón sin práctica no tiene un sonido agradable. No importa, lo están haciendo para animarme, agitando sus campanillas y varas correderas en lo alto, y de lado a lado.

Cuando Jessie de la orden, Josiah y yo marcharemos hacia el frente, hacia atrás y luego marcaremos el paso.

Nos detenemos.

Continuamos, justo después de la posición de atención, primero sin marcar el paso.

Nos detenemos de nuevo. 

“¡Media vuelta!”

El dedo del pie derecho va detrás de mi pie izquierdo, y giro.

“¡Media vuelta!”

Y vuelvo a tener la mirada en la parte posterior del campo. “¡Media vuelta!”

Algunas veces odio a Jessie.

Mientras ella daba órdenes, y los miembros de la banda abandonaban el segundo ensayo de la canción de batalla para gritar lo mismo al unísono con ella, Josiah y yo damos vueltas como unos trompos.

Yo continúo, aun cuando sus risas se vuelven contagiosas, y no puedo mantener una expresión seria, y la sección de flautas ha empezado a tocar una canción súper vieja de Taylor Swift sin explicación alguna. Los reflectores y las gradas vacías y las campanillas de latón son como remolinos en mis ojos.

Y luego las órdenes se detienen, pero hay tanto ruido que no puedo escuchar qué es lo que sigue después. En serio, no puedo ver nada; me duelen mis costados de tanto reír; y sigo en la posición de atención.

“Ebbie, ¡ganaste!” Jessie y el resto de los trombones están justo allí, uno de los trombonistas me sacude por los hombros.

Josiah está cerca, tendido en el suelo.

“¿Te caíste?” Le pregunto con el poco aliento que me queda. 

Él hace una mueca y agarra su cabeza con las manos. 

“¡Campeona del simulacro!” Jessie clama, sosteniendo una de mis manos en alto. “¡La edición de la Bienvenida!”

“Te conseguiremos un cinto para que lo uses el próximo viernes”, alguien propone.

Lo logré. Y nadie se da cuenta de que estoy a punto de vomitar en el campo.

“Bien hecho, subcampeón”, le digo a Josiah cuando le extiendo mi mano, preguntándome por un momento si se había quedado ahí esperándome. Sus compañeros de sección se le unieron en el suelo en lugar de ayudarlo a pararse, pero no me sorprendería que alguno de ellos también estuviera pensando lo mismo. Esta es la banda de marcha.

No me doy cuenta de lo fría que estoy hasta que lo toco. Él toma mi mano extendida, pero deja su codo flojo para usar su propia fuerza cuando se balancee y se ponga de pie.

Solo me sostiene la mano.

Mi mano que parece un témpano de hielo lentamente se calienta en la mano de Josiah, y ya todos caminamos de regreso hacia las gradas a recoger nuestras mochilas, chaquetas e instrumentos. Mi lengua también podría ser un témpano de hielo, porque ahora que soy la campeona del simulacro, y que todos vamos a separarnos, a escabullirnos en la noche o a reunirnos en el estacionamiento mientras se nos pasa el efecto de la adrenalina, yo no sé qué decir. Si hubo un momento perfecto para invitar a Josiah al baile, como asumí que existiría, ya lo perdí. Ahora, estamos en las gradas, y él me acompaña hacia donde están mis cosas antes de que nuestras manos se aparten para que él pueda recoger las suyas.

Resulta que no soy tan calmada como pensaba.

“Ya vuelvo”, me dice, apretando mi mano antes de soltarla. Pone esa sonrisa tímida que amo, la que me dice que mejor reúna todo el valor si quiero que esto tenga futuro, y se va para buscar el estuche de su trompeta.

Vamos. Ya. Hazlo mejor, Ebbie.

Y, como es usual, Jessie salva el día.

“Ebony, debo llevar a un montón de chicos a casa”, me dice, chocando su hombro contra el mío mientras se acomoda el jersey. “¿Me puedes hacer el favor de llevar a Jo? Esto me tomará toda la noche, probablemente”.

“¿Toda la noche? ¿En serio?” Asiento con la cabeza a los amigos que se despiden haciendo gestos con la mano, mientras lanzo una mirada desconfiada hacia Jessie. Ella es mi bastonera mayor, pero también es mi amiga, y además es la hermana del chico que me gusta, quien sigue apurándome para que “me dé prisa”, haciéndome señas. Lo que es ligeramente extraño.

Hemos tenido suficientes oportunidades este año, en lo que a ella respecta. Dos competencias fuera de la ciudad desde el inicio del año escolar, lo que supone dos viajes en autobús, y viajar con la banda es como un paraíso para el romance. Viajes largos por carretera en autobuses de alquiler, con luces de fondo y un adulto que nunca se acerca a la parte de atrás. Y después, tenemos la competencia en sí. Seguro, nos cambiamos de ropa en frente de los demás tan rápido como para que nos importe cómo nos vemos debajo de la ropa, y luego ensayamos la música en una espiral estrecha alrededor de Jessie, y después marchamos en frente de los jueces mientras la sección de percusión los asombra a todos. ¿Pero qué pasa durante el lapso en que dejamos el campo hasta que inicia la ceremonia?

Paraíso. Para. El romance.

O sea, si te interesa.

De regreso en el autobús o en los alrededores del campus del equipo anfitrión o arriba en las gradas, detrás de los reflectores, en los rincones oscuros. No tengo idea de cómo los espectadores y los padres no se chocan constantemente con jóvenes besándose. No sería tan difícil.

Pero Josiah y yo ni siquiera nos hemos besado, y no porque no haya fantaseado con ello. Incluso a veces sucede cuando estamos calentando. Ambos tocamos instrumentos de metal, con un control preciso de la boquilla (el truco está en los músculos de la boca, ¿cierto?).

Ahora Jessie se está impacientando. Todos lo están. Se deshacen de nosotros, como de costumbre, no nos dan espacio en la mesa cuando paramos a cenar de camino a casa después de una presentación. El público quiere acción.

“Josiah”, digo sin responderle a Jessie, y cuando él sube la mirada mientras se cuelga la mochila en un hombro, siento que mis ojos sobresalen de mis cuencas, en forma de corazón. 

“Vas a viajar conmigo”.

“Genial”

“Genial”, repite Jessie inmediatamente después de su hermano, y luego se toca la frente cerca de mí. “Tómate tu tiempo”.

“Cállate”, protesto, tratando de calmar las mariposas que revolotean en mi estómago.

  • 1Tomado de Take the Mic: Fictional Stories of Everyday Resistance por Bethany C. Morrow. Texto con derechos de autor © 2019 por Bethany C. Morrow. Usado con autorización de Scholastic Inc.

Parte 2 

Desearía tener un automóvil genial. O sea, desearía tener mi propio automóvil, punto.

“Lo lamento, no están pasando nada bueno”, le digo a Josiah mientras repaso las estaciones de radio programadas de mi mamá, como si hubiera la mínima posibilidad de encontrar algo aceptable.

“No hay problema, en serio. Lo que sea que escuches usualmente”.

“Usualmente no lo hago”. Cuando descubro con mi visión periférica que me está mirando, le explico. “Usualmente no escucho radio ni música de CD en el automóvil. Trato de ensayar la parte del trombón de camino a la escuela y de regreso”.

“Cómo, ¿mentalmente?”

No logro descifrar si se está burlando de mí. 

“Sí. Mas bien, la tarareo”

Él me sonríe.

“De principio a fin”, prosigo, sonriendo también. “Es realmente vergonzoso”.

“¿Por qué es vergonzoso?”

“Porque no me doy cuenta de lo fuerte que estoy cabeceando hasta que llego a una señal de pare, y a los viajeros frecuentes de la mañana parece no divertirles en lo absoluto”.

“Pero estás marcando el paso, yo lo entiendo”, me dice sonriendo, reclinado completamente en el apoyacabezas, como si compartiéramos el vehículo todo el tiempo, y estuviéramos completamente a gusto los dos juntos. “Es solo que no son aficionados de las bandas” Él encoge los hombros. “Ellos se lo pierden”.

“¿Verdad que sí?” Intento apaciguar mi sonrisa, pero cada vez que le miro, él también lo hace, y esta vuelve levantarse.

Por un momento, nos envuelve una calma agradable. Todo lo que escucho es el suave murmullo del automóvil de mi mamá mientras estamos detenidos frente a un semáforo. Pero  asi llegamos a su casa y yo no he hecho la pregunta. Un semáforo más, luego un giro a la derecha en la gasolinera, y un par de cuadras de viviendas después de eso.

Debí conducir más lentamente o sugerirle que paráramos para comer algo. Algo que nos diera más tiempo juntos antes de que termine la noche.

No quiero que termine.

No quiero irme a casa a dormir y tener que empezar de cero mañana en un intento por acercarme a él.

Estoy a punto de hacerlo. Estoy a punto de preguntarle a Josiah si quiere que vayamos a un autoservicio, y la propuesta para ir a la Bienvenida fluirá naturalmente, me digo a mí misma. Pero veo luces en mi espejo retrovisor.

Rojas y azules.

Me pongo fría de nuevo.

“Creo que se deben a mí”, digo, y ni siquiera yo puedo creer cuán asustada estoy.

“¿Estás segura?”, pregunta Josiah, torciendo el cinturón del asiento

del pasajero para mirar asombrado por el parabrisas trasero, como si solo sintiera curiosidad. “No íbamos tan rápido”.

¿Iba muy despacio?

¿Olvidé usar las luces direccionales? Pero hace una eternidad que no cambio de carril.

¿Viré bruscamente cuando miré a Josiah?

¿Lo he mirado tantas veces?

Mis manos están sujetando cada lado del volante, con un agarre aterrador.

La gasolinera está cerca y me pregunto si tengo permitido parar en el estacionamiento. No sé qué hacer. No sé qué decirle a Josiah. Se me olvida que está a mi lado, y luego me altero porque está aquí.

Detrás de mí, la patrulla de policía emite un raro sonido de brrp- brrp, como si alguien estuviera limpiando una boquilla de latón. No estoy segura de que me está siguiendo, aun cuando he reducido dramáticamente mi velocidad.

“Todo está bien”, le digo a Josiah, pero me estoy conteniendo. Él no me contesta, pero se lo repito mientras me estaciono bajo la marquesina de la gasolinera.

Debí conducir más lentamente o sugerirle que paráramos para comer algo. Algo que nos diera más tiempo juntos antes de que termine la noche.

No quiero que termine.

No quiero irme a casa a dormir y tener que empezar de cero mañana en un intento por acercarme a él.

Estoy a punto de hacerlo. Estoy a punto de preguntarle a Josiah si quiere que vayamos a un autoservicio, y la propuesta para ir a la Bienvenida fluirá naturalmente, me digo a mí misma. Pero veo luces en mi espejo retrovisor.

Rojas y azules.

Me pongo fría de nuevo.

“Creo que se deben a mí”, digo, y ni siquiera yo puedo creer cuán asustada estoy.

“¿Estás segura?”, pregunta Josiah, torciendo el cinturón del asiento

del pasajero para mirar asombrado por el parabrisas trasero, como si solo sintiera curiosidad. “No íbamos tan rápido”.

¿Iba muy despacio?

¿Olvidé usar las luces direccionales? Pero hace una eternidad que no cambio de carril.

¿Viré bruscamente cuando miré a Josiah?

¿Lo he mirado tantas veces?

Mis manos están sujetando cada lado del volante, con un agarre aterrador.

La gasolinera está cerca y me pregunto si tengo permitido parar en el estacionamiento. No sé qué hacer. No sé qué decirle a Josiah. Se me olvida que está a mi lado, y luego me altero porque está aquí.

Detrás de mí, la patrulla de policía emite un raro sonido de brrp- brrp, como si alguien estuviera limpiando una boquilla de latón. No estoy segura de que me está siguiendo, aun cuando he reducido dramáticamente mi velocidad.

“Todo está bien”, le digo a Josiah, pero me estoy conteniendo. Él no me contesta, pero se lo repito mientras me estaciono bajo la marquesina de la gasolinera.

Titubeo por un momento, suelto a Josiah en caso de que tenga que sacar el registro de la guantera; recuerdo que aún no he bajado la ventana, y me acerco para hacerlo antes de acordarme de que pude haber usado mi mano izquierda.

El oficial toca mi ventana nuevamente, justo cuando empiezo a deslizarla. El aire de la nocturno invade el lugar.

“Buenas noches, señorita”.

“Hola”, le respondo sin pensar. Siento el deseo de señalar hacia mi pasajero, y asegurarme de que el oficial vea que él está ahí, que no estoy sola. No saco mi teléfono, ni estoy transmitiendo en vivo así como juré que lo haría si alguna vez me detenía o me confrontaba un oficial de enlace en nuestra escuela. Pero no estoy sola. Josiah está conmigo, así que nada malo puede pasar.

Pero esto es la vida real. Me está pasando a mí, de la forma en que nunca debió pasar.

No está pasando nada. Te van a dar una multa y mamá te quitará las llaves por un tiempo.

No está pasando nada.

Entonces, ¿por qué no puedo respirar?

Porque está parado a mi lado. Su uniforme azul nítido está acaparando mi ventana; es todo lo que puedo ver, a pesar de que sigo de frente al volante.

Deslizarme a la derecha.

“¿Sabe por qué la detuve?”

Alinearme a la izquierda.

Mi cabeza se sacude para mirarlo, para decirle que no. No sé por qué esto está pasando, pero él no me dice.

“Licencia y registro. Comprobante del seguro”.

Mis dedos siguen moviéndose de manera torpe, pero entrego lo que me pide y luego pongo cuidadosamente mis manos en mi regazo.

“¿A dónde se dirige?”

Me alineo a la izquierda otra vez, siento mi boca entreabierta antes de musitar las palabras.

“Tuvimos un ensayo”, le digo sin pensar. “Banda de marcha”. 

“Ensayo para la banda de marcha”, él vuelve a decir mientras revisa mis documentos. “¿De noche? ¿Qué instrumento toca?”

“Es cuando el campo de fútbol americano está libre”, le digo, pero no sé si estoy en lo cierto. Yo no inventé lo del ensayo de la banda; nadie me consultó antes de hacer el itinerario. Agito mi cabeza para aclarar mi mente. “El trombón. Toco el trombón; mi amigo toca la trompeta”.

“Es algo tarde”. El oficial me devuelve los documentos. Tal vez esto ya esté por terminar. Tal vez estoy ansiosa por nada, y soy una boba por tener miedo.

Sandra Bland. 

Me estremezco en mi asiento. 

Como si lo fueras.

Como si lo fueras. Como si lo fueras.

“La Bienvenida es el próximo fin de semana”, le digo, y mi voz rechina con aspereza alrededor de mi garganta. Quisiera poder ver a mi mamá, y luego ese deseo me da ganas de llorar. “Nuestro director agregó un nuevo cierre”.

“Cierre”.

“La última canción para la presentación en el campo. Él añadió uno nuevo. Para el medio tiempo durante el juego de la Bienvenida. Tuvimos que aprenderlo”.

Miro de reojo a Josiah para corroborar, pero él solo me lanza una pequeña sonrisa, como si yo estuviera hablando con un amigo mientras él espera pacientemente.

Alinearme —

“Bueno, Ebony, eso no me dice hacia dónde se dirige”. Por un momento, no comprendo cómo es que el oficial de policía sabe mi nombre. O no me gusta que él lo sepa. Pareciera que ahora está más cerca de mí, pero no lo está. Pareciera que es más alto, pero no lo es. Yo solo quiero irme. 

“A casa. Estoy yendo a casa”.

Por fin, él se inclina para mirar de cerca el interior del automóvil. 

“¿Ustedes dos viven juntos?”

“No, señor”, dice Josiah con una risa descomplicada.

“Un poco jóvenes para eso, supongo”, replica el policía, antes de enderezarse.

Puedo respirar de nuevo.

“Salga del automóvil, Ebony” Lo dice a modo de pregunta. Pero yo no puedo,

no puedo.

Estoy en posición de firmes. Mis articulaciones están inmóviles, y me siento de roca sólida.

Él quiere que salga, pero yo no sé cómo moverme. No sé cómo obligarme a abrir la puerta, pero tengo que hacerlo.

Descanso.

“¿Ebony? Salga del automóvil, por favor”.

Y me siento agradecida por su paciencia. Soy afortunada de que él no haya confundido mi vacilación con oposición, de que no haya sacado algo de su funda. He visto videos de personas que reciben descargas eléctricas, la forma en que se paralizan y convulsionan. La forma en que se ven aterrorizados y se quedan callados, a pesar de que quieren gritar. He visto el tipo de moretones que dejan las balas de goma, y la forma en que una niña de mi tamaño es fácilmente derribada o sometida al suelo cuando está vestida para una fiesta en la piscina.

Él es un buen policía, me digo a mí misma para poder abrir la puerta del automóvil sin preguntarle por qué. Él es uno de los buenos. 

Aún estamos en la gasolinera, justo después de la marquesina que despide una luz intensa sobre las filas de surtidores y concreto.

La luz aquí es tan diferente a la del campo. La brisa de otoño también.
No es vigorizante, es cortante.

Hay electricidad, pero no es igual.

No hay gradas, pero hay una audiencia. Personas curioseando mientras pasan a nuestro lado de camino a la tienda, o pretendiendo que no miran mientras llenan sus tanques.

“Hágase a este lado, por favor”, dice el oficial, y por primera vez me doy cuenta de que tiene una compañera. Ella está parada en el lado del pasajero del automóvil de mamá, junto a Josiah, quien sigue adentro.

Bien. Espero que lo dejen en paz. Quiero que esto no se vuelva más vergonzoso de lo que ya es. Espero que nos dejen ir pronto, gracias a él.

“¿Hay algún problema?” Logro preguntarle al primer policía cuando nos hemos alejado algunos pasos. Incluso trato de sonreír.

“Ebony, usted se ve muy ansiosa”, me dice. “Y parte de mi entrenamiento como oficial de policía es reconocer esas señales”.

Me siento estúpida por sonreír y asentir, pero no sé qué más hacer.

“Así que, le voy a pedir que nos permita hacer un cacheo corporal y vehicular, para que estemos seguros de que no nos está ocultando nada. Si todo sale bien, pueden continuar su camino. ¿Qué le parece?”

¡Alto!

¡Alto!

“Ajá”. Asiento con entusiasmo.

La brisa cortante tensa la piel de mi cara en dos franjas muy marcadas, lágrimas secándose que debieron caer por mis mejillas sin que yo me diera cuenta. Si el oficial las ve, él no dirá nada, y sin esperar a que me dé la orden me pongo de rodillas, porque recuerdo a un policía decir que eso es lo que alguien debe hacer para evitar ser maltratado o sujetado.

Escucho cómo cruje la grava bajo mis jeans, pero no siento nada. Estoy perdiendo todos mis sentidos, y no sé cómo detenerlo. No es seguro. Debo saber qué está pasando, prestar atención, escuchar las órdenes a medida que llegan para no hacer un movimiento en falso. Pero mi cerebro se está desconectando. No de la forma en que lo hace cuando he memorizado la rutina y mi memoria muscular es lo único que me permite seguir adelante.

Se está desconectando de la misma forma cuando escucho en las noticias sobre el niño de doce años que no debió jugar en el parque, como si esa fuera la razón por cual está muerto.

¡Aten-CIÓN!

Estoy de rodillas en el suelo en medio de la noche, en un estacionamiento que se llena cada vez más, como lo indican las numerosas pisadas, y estoy cerca pero no debajo de las luces.

Parece que hubiéramos estado en el campo de fútbol americano hace muchos años. Puede oír la música en algún lugar lejos de aquí. Mi música, mi sección de trombones, lejos a la distancia. La canción alternativa que habíamos estado memorizando desde la mitad del verano, con la que acabábamos de marchar esta noche. Los dramáticos doce cuentan las marchas de los instrumentos de metal a medio ritmo, mientras los instrumentos de viento cubren más terreno, abriéndose en abanico a la vez que parece que nos movemos en cámara lenta. Mi corazón se hincha sobremanera en mi pecho. 

“Recuéstese en el suelo”, me dice el oficial, y me escucho sollozar a la vez que se siento deslizar mis lágrimas tibias. Chocan contra el pavimento a mi lado cuando estoy sobre mi estómago. 

¿Por qué está pasando esto? ¿Qué hice mal? 

Nada. Todo está bien.

Pero no puede estarlo, sino ¿por qué estoy en el suelo? Unas manos palpan mis costados, desde mis costillas, envolviéndome hasta palpar momentáneamente mis bolsillos delanteros antes de revisar los de la parte trasera de mis jeans. Dos dedos se deslizan dentro de mi bolsillo trasero y sé que encontraron.

Mi hoja de conteo.

Un papel rectangular pequeño, con cinco columnas y doce filas.

Situarse. 

Moverse. 

Contar.

Lado a lado.

Desde el frente hacia atrás.

Todo lo que necesito saber para encontrar mi posición en la cancha, y cómo moverme desde una hasta la siguiente. Todo lo que necesito para ser parte de un retrato majestuoso que cobra vida cuando empieza la música.

Casi todo.

También necesito ver en donde está el resto de mi compañía. Los necesito en el campo conmigo. Necesito encontrar mi lugar designado, y luego ajustar mi posición para encajar cuidadosamente en el diseño que creamos en conjunto. Esa es la única manera en que sé que estoy bien ubicada.

Esa es la belleza de la banda de marcha. El colectivo lo supera todo, incluso las posiciones. Nos alineamos unos con otros, y luego, sé en dónde estoy, y en donde se supone que debo estar.

Aún es cierto, me digo a mí misma. Josiah está en el automóvil.

No estoy sola.

Luego, el oficial palpa el interior de mis muslos. Yo jadeo y él titubea, porque él también lo sintió. La humedad fría que se derramó a través de la tela cuando presionó mis jeans contra mi piel.

No sé cuándo pasó, pero al menos no me oriné mucho.

Solo un poco.

Ni siquiera lo había notado, pero ahora ambos lo sabemos...

No hay una orden para esto. No hay forma de borrarlo. No hay una frase mágica que pueda deshacer esto, o volverlo hermoso.

Mis hombros se relajan, y cuando dejo reposar mi cabeza contra el pavimento, mi aliento sale con un suspiro largo y sordo. El timbre es plano, como el de un instrumento desafinado.

Desearía que nada de esto hubiera pasado, y desearía que termine.

El oficial me ayuda a pararme, y cuando lo miro, estoy llorando de nuevo. Pero él también se ve distinto. Ya no luce imperturbable ni confiado, y no lo estoy imaginando. Lo sé porque su mano aún está en mi codo pero me sostiene erguida.

Tal vez todo lo que tenía que hacer era orinarme encima para salvar mi vida.

Para convertir un apretón en un suave abrazo. Tal vez todas las niñas negras que he visto ser tratadas brutalmente en cámara, y que luego han sido vistas como culpables de su propio abuso, no fueron lo suficientemente patéticas.

Soy dos veces campeona en la misma noche espantosa.

Pero la electricidad sigue ahí, detrás de mí. Hay algo estremecedor en el aire. Los labios del policía se separan, pero él no habla. Tendré que darme la vuelta y verlo por mí misma.

Él había dibujado una clave de sol en lugar de escribir la palabra “problema”.

Josiah.

Está afuera del auto, sosteniendo un cartel.

SABÍA QUE ERAS UNA CLAVE DE SOL DESDE QUE ENTRASTE... Está mirando desde arriba la cartulina como si la leyera conmigo. Como si estuviera admirando todas las notas musicales y también todo el brillo. Como si estuviéramos pasándonos papelitos en el pasillo para tratar de sacarnos risas con chistes malos sobre bandas.

Pero él no está solo; todos están aquí.

Nuestros compañeros de banda. Todas las pisadas que escuché cuando estaba boca abajo en el concreto, con el olor a gasolina que inundaba mis fosas nasales como si hubiera un derrame invisible. Eran ellos. Porque lo supieron todo este tiempo. En mi mente, escucho a las flautas tocar la canción de la misma forma que lo hicieron en el simulacro.

Jessie me sonríe, y mi corazón se entristece.

Una docena de teléfonos están sobre mí. Están grabando esto.

Lo que sea que es esto.

“Ebony”, dice Josiah. “¿Quieres ir a la Bienvenida conmigo?”

Y luego todos vitorean.

La sección de trompetas de Josiah vuelve a sacar los instrumentos de viento. Tocan los alegres estribillos de la banda en el aire de nocturno, atrayendo aún más la atención hacia el lote de la gasolinera, que ya es lo bastante luminosa; pero algo suena mal. Como esas insulsas vuvuzelas que las personas tocan en los partidos de fútbol. No suena bien.

Nada de esto está bien.

“¡Sorpresa!” Jessie estalla, como si eso quizás me ayudara a entender. Ella salta de arriba a abajo, a pesar de tener la cámara apuntándome. Contorsiona la boca fingiendo un grito, haciendo una mímica de entusiasmo e incredulidad, con la esperanza de que me dé cuenta. “¡Es una invitación al baile! ¡Mas bien, una invitación al baile de Bienvenida!”

Y todos ellos se ríen. Porque todo esto es una treta.

Nada de esto fue real. Excepto por la mancha húmeda en la entrepierna de mis jeans...

Miro a la izquierda, a la cara avergonzada del oficial de policía, luego al frente para ver a Josiah, que tiene una sonrisa dulce pero emocionada.

Alinéate al centro.

No hay nada que temer.

Todo fue por la Bienvenida.

“Esta es la razón por la que quieras que te llevara”, le digo, y suena con tan poca fuerza que lo que digo podría parecer una pregunta o una acusación. “No, Jessie...”

“Todo fue idea de Josiah”, dice ella, aún sonriente. “Yo solo estaba siguiendo órdenes”.

“Por primera vez”, responde alguien, y todos se ríen. 

Todo el mundo se ríe.

Es gracioso porque ella es nuestra bastonera mayor. Ella da las órdenes, y nosotros las seguimos. Somos su banda de marcha.

Miro los rostros que rodean a Josiah.

Esta es mi banda de marcha. Esta es mi compañía. 

Tú querías invitarlo al baile, Ebbie.

Esto es lo que tú querías.

Pero la parte interna de la bota derecha de mis pantalones está húmeda. La piel de mis dos rodillas tiene marcas.

Hay un polvillo blanquecino en mi camiseta de la banda, por estar recostada en el suelo, y probablemente también lo tengo en la frente.

“Ebbie”, Josiah dice mi nombre y mi barbilla se levanta como si me hubiera llamado a ponerme en posición de atención.

Todos están esperando.

Esta es la parte en la que me pongo en la fila; en la que ajusto mi posición; en la que me alineo a la derecha y a la izquierda y al centro, para que todos estemos sincronizados. Para que todos estemos juntos. Para que seamos uno.

Aprobamos o reprobamos como una unidad. “¿Ebbie?”

Alineación al centro.

Solo que, algo me detiene. Lo mismo que me hace respirar fuerte y rápido, y que hace que el oficial de policía quite su mano lentamente y desplace su peso lejos de mí.

No hagas una escena. No exageres.

Pero esas órdenes no provienen de un bastonero mayor; son las que conocía antes de estar en la banda de marcha. Antes de la secundaria. Antes de la preparatoria. Tal vez las conocía desde que nací.

No te enfurezcas. No los hagas sentir mal. No cruces tus brazos, ni cierres tus puños, ni aprietes los dientes.

Ellos no lo sabían.

“¿Eb?” La sonrisa de Josiah por fin se desvanece.

Alinéate al centro...

Rechazo esta inspección. Me rebelo y dejo que mi cabeza se sacuda y que mi ceño esté fruncido mientras ellos están tan felices. Tengo mis ojos puestos en Josiah para que él sea quien lo note primero.

Esto no está bien. 

“No”, le digo.

Todo se pone en silencio. La banda y la pequeña multitud de personas se detienen. Ahora puedo escuchar los automóviles pasar por la calle, y la campana que suena cuando alguien llega a la tienda de la gasolinera. Ahora es más fácil darse cuenta de que no estamos en el campo, o en una competencia, y de que hay muchos juegos de luces, y uno de ellos es azul y rojo.

No somos una compañía esta vez; cómo podríamos serlo. Soy la única que está llorando.

“No”, digo otra vez, aun cuando siguen grabando. Aun cuando me escucharon la primera vez. “No iré a la Bienvenida contigo”.

Cuando me dirijo al automóvil de mi mamá, lo hago sola”.

“¿Por qué no?”, Pregunta Josiah, todavía con el cartel en las manos. 

“Porque”, le digo, antes de montarme al automóvil. 

“No sabes lo horrible que es esto.

Tal vez el viento arreció de nuevo y enrojeció sus mejillas, o quizás él lo hizo por su cuenta. De cualquier manera, ahora Josiah tiene su ceño fruncido, pero él está muchos pasos atrás de mí.

“Como si lo fueras”, le digo, y luego el oficial avergonzado abre la puerta de mi automóvil para que pueda conducir a casa.

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Using the strategies from Facing History is almost like an awakening.
— Claudia Bautista, Santa Monica, Calif